Bitácora de un corazón roto.
Lunes, primer día.
Los ojos pesaban por la mañana, de tanto llorar la noche anterior. Con la gravedad aumentada en el cuerpo, deseaba no despertar más mientras preparaba café. Una mañana menos brillante que la de ayer.
Llegaba la hora de narrar a Dora lo sucedido, cuadro a cuadro, la película de horror, verso a verso, el poema de como se quebró mi corazón. La doctora lo suponía, y también yo, ya me habían avisado, pero no lo quise ver, no.
Luego llegaba la sanación, por medio de la palabra mi alma descargaba las maletas de este episodio desolado, de esa tarde tan brillante, tan surreal.
La conclusión había sido hermosa, tan perfecta que no podía describirla, descubríamos un sentimiento nuevo.
A este capítulo podría llamarlo:
Tristeza y tranquilidad.
Empezaba un nuevo día, como dirían los enanitos Mi primer día sin ti. Fui víctima de las corrientes, de aquellas que se han curado por los años, corte mi cabello y mis suspiros, aunque yo sé que crecerán. La tarde había sido domada, de recuerdos y pesares, No existió más que la gata y yo, y la saga de las galaxias.
Capitán Anaya, en una nueva galaxia llamada soledad.
Fin del día uno, no había hambre, solo sed, tristeza y tranquilidad.
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